3 LOS PELIGROS RELATIVOS AL TRANSCURSO GENERAL DE LA EXISTENCIA

Aspecto objetivo.

Los riesgos a los que estamos expuestos son inmensamente superiores a aquellos de los que se acaba de tratar. Más allá de las evidentes adversidades y desgracias de la vida presente y el riesgo de caer en el plano del sufrimiento en el futuro, existe un peligro de aún mayor trascendencia que atraviesa todo el transcurso de la existencia. Se trata de la intrínseca insatisfactoriedad del saṃsāra. Saṃsāra es el ciclo del devenir, el ciclo del nacimiento, el envejecimiento y la muerte, que se ha venido repitiendo a lo largo del tiempo sin principio. El renacimiento no es un suceso que tenga lugar sólo una sola vez y que nos lleve a la eternidad en una vida futura. El proceso vital se repite una y otra vez, todo el patrón se auto regenera totalmente con cada nuevo giro: cada nacimiento deriva en decadencia y muerte, cada muerte da paso a un nuevo nacimiento. Un renacimiento puede ser afortunado o desgraciado, pero ocurra donde ocurra, no se detiene el giro de la rueda. La ley de la impermanencia impone su decreto sobre todo el dominio de la vida sensible; cualquier cosa que surja, finalmente, debe cesar. Ni siquiera los cielos proporcionan salida alguna; allí, la vida también termina cuando se agota el kamma que llevó a un nacimiento celestial, seguido de un resurgir en algún otro plano, tal vez en las moradas miserables.

Debido a esta transitoriedad penetrante, todas las formas de existencia condicionada aparecen al ojo de la sabiduría como esencialmente dukkha, insatisfactoriedad o sufrimiento. Ninguno de nuestros apoyos y soportes está exento de la inevitabilidad de cambiar y desaparecer. De ahí que todo los recursos que nos procuramos para nuestra comodidad y disfrute no son, en realidad, más que una forma encubierta de sufrimiento; aquello en lo que nos apoyamos para obtener seguridad está en sí mismo expuesto al peligro; aquello a lo que nos volvemos en busca de protección necesita a su vez ser protegido. Nada de lo que queremos que perdure puede ser sujetado para siempre sin perecer: “Se está desmoronando, se está desmoronando, por lo tanto, es lo que se llama “el mundo”.”

Cosas de la juventud en la vejez, de la salud en la enfermedad, de la vida en la muerte. Toda unión termina en separación, y en el dolor que acompaña a la separación. Pero para comprender la situación en toda su profundidad y gravedad, debemos de multiplicarla hasta el infinito. Desde siempre, hemos estado transmigrando a través de la rueda de la existencia, volviéndonos a encontrar las mismas experiencias una y otra vez con una frecuencia vertiginosa: el nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, la separación y la pérdida, el fracaso y la frustración. En repetidas ocasiones, hemos transitado en el plano de la miseria, incontables veces hemos sido animal, espectro y morador del infierno. Una y otra vez hemos experimentado el sufrimiento, la violencia, el dolor, la desesperación. El Buddha declara que la cantidad de lágrimas y sangre que hemos derramado en el curso de nuestro deambular por el saṃsāra es mayor que las aguas del mar; los huesos que hemos dejado atrás podrían formar un montón más alto que las montañas del Himalaya. Nos hemos encontrado con este sufrimiento incontables veces en el pasado, y en tanto que no se eliminen las causas que nos conducen al ciclo del saṃsāra, corremos el riesgo de encontrar más de lo mismo en el curso de nuestro vagar futuro.


Aspecto Subjetivo

Para escapar de estos peligros, sólo hay un camino de liberación: alejarse de todas las formas de existencia, incluso las más sublimes. Pero para que el alejamiento sea eficaz, debemos cortar las causas que nos mantienen atados a la rueda. Las causas fundamentales que sustentan nuestro vagar en el saṃsāra se encuentran en nosotros mismos. El Buddha enseña que deambulamos de vida en vida impulsados por un deseo profundo e insaciable de perpetuar nuestra existencia. Este impulso es llamado por el Buddha bhava-taṇhā; es decir, la avidez por la existencia. Mientras este anhelo persista, aún en forma latente, la misma muerte no será una barrera para la continuación del proceso de la vida. Esta avidez tenderá el puente que permita el paso por el vacío creado por la muerte, generando una nueva forma de existencia determinada por el kamma acumulado previamente. Esta misma avidez y la existencia que genera se retroalimentan en un proceso sucesivo. La avidez genera una nueva existencia; la nueva existencia prepara el terreno para que la avidez encuentre gratificación.

Subyacente a este nexo vicioso que liga la avidez a la repetición de la existencia, existe un factor primordial llamado ignorancia (avijjā). La ignorancia es una inconsciencia básica de la verdadera naturaleza de las cosas, un estado infinito de desconocimiento espiritual. La inconsciencia opera de dos formas distintas: por un lado, oscurece la correcta cognición y, por otro, como consecuencia, crea una red de distorsiones perceptuales y cognitivas. Debido a la ignorancia, vemos belleza en las cosas que en realidad son repulsivas, permanencia en lo impermanente, placer en lo desagradable y entidades individuales donde sólo existen fenómenos transitorios, insustanciales y sin entidad. Estas ilusiones son las que mantienen vivas nuestras ansias. Como un burro que persigue una zanahoria suspendida de una vara y que cuelga frente a su cara, nosotros nos precipitamos directamente tras las apariencias de belleza, permanencia, placer e individualidad, y sólo para encontrarnos al final con las manos vacías y más estrechamente ligados a la rueda samsárica.

Para liberarse de este patrón vano e inútil, es necesario erradicar la avidez que lo mantiene en movimiento, no sólo de forma transitoria, sino permanente y completamente. Para erradicar el deseo, hay que desalojar la ignorancia que lo apoya; en tanto que a la ignorancia se le permita tejer sus ilusiones, el terreno estará abonado para el desarrollo del anhelo de revivir. El antídoto para la ignorancia es la sabiduría (paññā). La sabiduría es el conocimiento penetrante que desgarra los velos de la ignorancia a fin de “ver las cosas como realmente son”. No se trata del mero conocimiento conceptual, sino de una experiencia que debe generarse en nosotros mismos; tiene que realizarse de forma directa, inmediata y personal. Para despertar esta sabiduría, necesitamos instrucción, ayuda y orientación -alguien que nos enseñe lo que debemos ver y entender por nosotros mismos, y los métodos por los cuales podemos despertar la sabiduría liberadora que corte las ataduras que nos mantienen unidos a la existencia cíclica. En la medida en que aquellos que nos brindan esta guía, y las instrucciones mismas, nos proporcionan protección frente a los peligros de la transmigración, pueden considerarse un auténtico refugio.

Ésta es la tercera razón para ir por refugio –la necesidad de liberarnos de la penetrante insatisfactoriedad del Saṃsāra-.

Explicado por Bhikkhu Bodhi

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