El primer precepto dice en Pali: Pāṇātipātā veramaṇī sikkhāpadaṃ samādiyāmi; en español: “Asumo el principio de práctica de abstenerse de quitar la vida”. Aquí, la palabra pana, que significa “lo que respira”, denota cualquier ser viviente que tenga hálito y consciencia. Incluye a los animales e insectos así como a los seres humanos, pero no incluye a las plantas puesto que tienen vida, pero no hálito o consciencia. Las palabras “ser viviente” son un término convencional, una expresión de uso común, que significa, en el sentido filosófico estricto, la facultad vital (jivitindriya). La palabra atipata significa, literalmente, segar la vida y, por tanto, matar o destruir. Así pues, el precepto obliga a la abstinencia (veramani) de quitar la vida. Aunque la expresión del precepto prohibe la muerte de seres vivientes, en términos de su propósito esencial también puede entenderse como la prohibición de herir, mutilar y torturar también.
Los Comentarios buddhistas en Pali definen formalmente el acto de quitar la vida así: “Quitar la vida es la volición de matar que, expresada por las puertas del cuerpo o el discurso, ocasiona una acción que resulta en el corte de la facultad vital en un ser vivo, cuando hay un ser viviente presente y (el que perpetra el acto) lo percibe como un ser viviente”.
El primer punto a destacar en esta definición es el hecho de que quitar la vida se define como una volición (cetana). La volición es el factor mental responsable de la acción (kamma); tiene la función de suscitar el aparato mental completo con el propósito de realizar un objetivo particular, en este caso, el corte de la facultad vital de un ser viviente. La identificación de la transgresión con volición implica que la responsabilidad última del acto de matar reside en la mente, dado que la volición que ocasiona el acto es un factor mental. El cuerpo y el discurso funcionan meramente como puertas para dicha volición, es decir, como canales a través de los cuales la volición de quitar la vida toma expresión. Matar está clasificado como un acto corporal dado que, generalmente, ocurre por medio del cuerpo, pero lo que realmente realiza el acto de matar es la mente, que usa el cuerpo como instrumento para materializar su objetivo.
Un segundo punto importante es señalar que no es necesario que el acto de matar ocurra directamente con el cuerpo. La volición de quitar la vida también puede expresarse por la puerta del discurso. Esto significa que la orden de quitar la vida, dada a otros por medio de palabras escritos o gestos, también se considera un acto de matar. Uno que da tal orden se convierte en responsable de la acción tan pronto como se alcance su intención de arrebatar la vida a un ser.
Un acto completo de matar que constituya una total violación del precepto implica cinco factores:
(1) un ser viviente;
(2) la percepción del ser viviente como tal;
(3) el pensamiento o volición de matar;
(4) el esfuerzo apropiado;
(5) la muerte real del ser como resultado de la acción.
El segundo factor asegura que sólo se incurre en la responsabilidad de matar cuando el perpetrador del acto es consciente de que el objeto de su acción es un ser viviente. Así, si pisamos un insecto que no vemos, el precepto no es violado porque no hay percepción o consciencia de un ser viviente. El tercer factor asegura que el quitar la vida es intencional. Sin el factor de volición no hay transgresión, como cuando matamos una mosca mientras que en realidad tratábamos simplemente de apartarla con nuestra mano. El cuarto factor sostiene que la acción debe dirigirse hacia el arrebatamiento de la vida; el quinto, que el ser muera como resultado de esta acción. Si la facultad vital no es cortada, no se incurre en una violación completa del precepto, aunque al dañar o lesionar a seres vivientes de cualquier modo su propósito esencial será violado.
Pueden distinguirse diferentes tipos de quitar la vida según su motivación subyacente. Un criterio para determinar la motivación es la impureza mental principalmente responsable para la acción. Los actos de matar pueden originarse a partir de tres raíces perjudiciales: -avidez, odio y engaño-. Como causa inmediata concomitante con el acto de matar, el odio junto al engaño funciona como raíz puesto que la fuerza que motiva el acto es el impulso de destruir la vida de la criatura, que es una forma de odio. Sin embargo, cualquiera de las tres raíces perjudiciales puede servir como causa impulsora o soporte decisivo (upanissaya paccaya) para el acto, operando sobre cierto periodo de tiempo.
Aunque la avidez y el odio sean siempre mutuamente excluyentes en un solo instante, las dos pueden trabajar juntas en diferentes momentos durante un periodo largo para ocasionar el arrebatamiento de la vida. El matar motivado primordialmente por la avidez se contempla en casos tales como matar con el objetivo de obtener beneficios materiales o un estatus elevado para uno mismo, de eliminar amenazas al propio bienestar y seguridad, o para obtener disfrute como en la caza y pesca deportivas. Matar motivado por el odio es evidente en casos de asesinato atroz donde el motivo es una intensa aversión, crueldad o celos. Y matar motivado por el engaño puede reconocerse en el caso de aquellos que realizan sacrificios de animales con la creencia de que son espiritualmente benefisiosos, o en quienes matan a seguidores de otras religiones con la idea de que es un deber religioso.
Los actos de quitar la vida se diferencian según el grado de gravedad moral. No todos los casos se reprueban por igual. Todos ellos son perjudiciales y suponen una ruptura del precepto, pero los textos buddhistas hacen una distinción en la carga moral vinculada a las diferentes clases de matar.
La primera distinción se da entre matar seres con cualidades morales (guna) y matar seres sin cualidades morales. A todos los efectos, los primeros son seres humanos y los segundos animales, y de ahí se deduce que matar a un ser humano es un asunto más grave desde el punto de vista ético que matar a un animal. A continuación, en el seno de cada categoría se hacen ulteriores distinciones. En el caso de los animales el grado de gravedad moral es proporcional al tipo de animal, p. ej., matar a un animal de gran tamaño es más censurable que matar a uno pequeño. Otros factores relevantes a la hora de determinar la carga ética son si el animal tiene propietario o no, si es doméstico o salvaje, o si tiene un temperamento pacífico o agresivo. La gravedad moral sería mayor en las tres primeras alternativas y menor en las tres últimas. En cuanto a la muerte de seres humanos, el grado de responsabilidad ética dependerá de las cualidades personales de la víctima, p. ej., matar a una persona de un nivel espiritual superior o a un benefactor personal será más censurable que matar a una persona menos desarrollada o sin relación personal. Los tres casos de muerte seleccionados como los más negativos son matricidio, parricidio y el asesinato de un arahat, un santo completamente purificado.
Otro factor determinante del peso moral es la motivación del acto. Esto lleva a la distinción entre asesinato premeditado y muerte por impulso. El primero es un asesinato a sangre fría, concebido y planeado de antemano, conducido ya sea por una intensa avidez o un gran odio. El segundo es matar sin planearlo de antemano, como cuando una persona mata a otra en un arranque de ira o en defensa propia. En general, el asesinato premeditado es considerado como una transgresión más grave que la muerte impulsiva, y la motivación del odio es más censurable que la motivación de avidez. La presencia de crueldad y la obtención de placer sádico por el acto incrementa aún más su carga ética.
Otros factores determinantes de gravedad moral son la fuerza de las impurezas mentales que acompañan al acto y la cantidad de esfuerzo implicado en su perpetración, pero limitaciones de espacio nos impiden un tratamiento completo de su papel.
Explicado por Bhikkhu Bodhi