Aspecto Objetivo
El peligro más evidente al que nos enfrentamos es el que corresponde a la fragilidad de nuestro cuerpo físico y sus sustentos materiales. Desde el momento en que nacemos, estamos expuestos a enfermedades, accidentes y deterioro. La naturaleza nos perturba con desastres como terremotos e inundaciones; la vida en sociedad, con crímenes, explotación, represión y riesgos permanentes de guerra. Los acontecimientos tanto políticos como sociales y económicos, generalmente conducen al estallido de las crisis. Los intentos de reformas y revoluciones siempre se esfuman, repitiéndose los mismos viejos esquemas de estancamiento, violencia y la consiguiente desilusión. Incluso en épocas de relativa tranquilidad, el orden de nuestras vidas no es del todo perfecto. Siempre hay una cosa u otra que parece no estar bien. Obstáculos y preocupaciones se suceden indefinidamente.
A pesar de que podamos ser lo suficientemente afortunados como para librarnos de las más serias adversidades, existe una que no podemos evitar. Se trata de la muerte. Estamos destinados a morir y, con toda nuestra riqueza, habilidades y poder, seguimos estando indefensos ante nuestra inevitable mortalidad. La muerte pesa sobre nosotros desde el momento en que nacemos. Cada minuto nos acerca más a lo ineludible. Al avanzar por la vida, sintiéndonos seguros en medio de nuestras comodidades, somos como un hombre que anda por un lago congelado, creyéndose seguro mientras el hielo se resquebraja bajo sus pies.
Los peligros que penden sobre nosotros se tornan incluso más angustiosos por la incertidumbre que nos produce el desconocimiento del momento en que éstos habrán de presentarse. Si fuera posible vislumbrar la llegada de cualquier adversidad, al menos podríamos prepararnos para resignarnos estoicamente; pero el hecho es que desconocemos mucho de lo que el futuro nos depara y, debido a que carecemos del beneficio del conocimiento previo, nuestras esperanzas siguen intactas en pie, momento tras momento, junto con un vago presentimiento de que, en cualquier momento, en un instante, de repente se pueden hacer pedazos. Nuestra salud podría verse amenazada por la enfermedad, nuestros negocios, decaer, nuestros amigos, volverse en contra nuestra, nuestros seres queridos, morir –no lo sabemos-. Nada nos garantiza que estas contrariedades no se nos presentarán. Lo único seguro es la muerte y ni siquiera podemos tener la certeza de cuándo sobrevendrá.
Aspecto Subjetivo
Las adversidades que acabamos de esbozar son rasgos objetivos inherentes a la naturaleza del mundo. Por un lado, hay calamidades, crisis, situaciones difíciles y, por el otro, la incertidumbre radical que lo impregna todo. El aspecto subjetivo del peligro relacionado con la vida presente consiste en nuestra respuesta negativa ante esta desventaja doble.
El elemento de incertidumbre tiende a provocar en nosotros una inquietud persistente que corre bajo la superficie de nuestra seguridad en nosotros mismos. A nivel interior profundo, sentimos la inestabilidad de nuestra confianza, su transitoriedad y su vulnerabilidad, y la conciencia de ello nos produce una aprensión persistente que puede llevarnos a veces a un paso de la ansiedad. No siempre somos capaces de identificar la fuente de nuestra inquietud, pero se mantiene al acecho en el trasfondo de nuestra mente; es como un miedo no identificado a que nuestros apoyos habituales puedan derrumbarse de repente, dejándonos sin nuestro marco habitual de referencia.
Esta ansiedad es lo suficientemente perturbadora en sí misma y, sin embargo, a menudo nuestros temores se confirman. El curso de los acontecimientos sigue un patrón propio e independiente de nuestra voluntad, y no coincide con ella necesariamente. La vida en este mundo implica enfermedad, pérdida y muerte, que golpean llegado el momento. Cuando el curso de los acontecimientos choca con nuestros deseos, el resultado es dolor e insatisfacción. Si el conflicto es pequeño, nos molestamos, nos enojamos, nos enfadamos o nos deprimimos; si es mayor, caemos en la angustia, la tristeza o la desesperación. En cualquier caso, de la escisión entre nuestros deseos y la realidad del mundo surge una profunda falta de armonía, y el resultado, para nosotros, es el sufrimiento.
El sufrimiento que surge no es significativo únicamente en sí mismo. Tiene un valor sintomático puesto que revela la existencia de un malestar subyacente más profundo, relacionado con nuestra actitud hacia el mundo, ya que actuamos en un marco mental construido en base a expectativas, proyecciones y demandas. Esperamos que la realidad se amolde a nuestros deseos, se someta a nuestras órdenes y confirme nuestras preconcepciones; pero ella se resiste. Cuando eso ocurre, nos enfrentamos al dolor y la frustración que nacen del conflicto entre expectativas y realidad. Para escapar de este sufrimiento, una de las dos habrá de cambiar: nuestras expectativas o la realidad del mundo. Ya que no podemos alterar la naturaleza del mundo para hacerlo armonizar con nuestra voluntad, la única alternativa es cambiar nosotros mismos, eliminando el apego y la aversión hacia el mundo. Tenemos que renunciar a nuestro apego, dejar de anhelar y acumular, aprender a ver cómo cambian los acontecimientos con una ecuanimidad independiente, libre de los vaivenes de los estados de ánimo que llevan de la euforia al abatimiento.
Una mente ecuánime, situada más allá del juego de las contradicciones del mundo, es la más alta seguridad y protección, pero para conseguir esta ecuanimidad tenemos necesidad de una guía que nos oriente. La guía de que podemos disponer no puede protegernos de la adversidad objetiva. Sólo nos puede proteger de las peligrosas respuestas negativas con las que a menudo afrontamos los conflictos -de la ansiedad, la tristeza, la frustración y la desesperación-. Ésta es la única protección posible, y porque nos concede tal protección esencial, esta guía puede ser considerada como un refugio genuino.
Ésta es la primera razón para ir por refugio –la necesidad de protección ante las reacciones negativas frente a los peligros que nos acosan aquí y ahora-.
Explicado por Bhikkhu Bodhi
1 LOS PELIGROS RELACIONADOS CON LA VIDA PRESENTE
