El Buddha enseñó que nuestra vida está constantemente influida por ocho fuerzas que soplan como vientos, a veces suaves y otras veces huracanados: ganancia y pérdida, fama e infamia, alabanza y censura, placer y dolor.
No es un fenómeno exclusivamente budista: todos, incluso los animales, responden a estos impulsos. Son parte del condicionamiento que nos entrena desde pequeños: buscar lo que deseamos y evitar lo que no queremos. El problema es que este ciclo no nos deja descansar; incluso cuando obtenemos lo que anhelamos, aparece el temor de perderlo.
Los ocho vientos siempre vienen en pares. Quien busca la alabanza teme la censura, quien disfruta de la ganancia teme la pérdida, y así sucesivamente. Vivir atrapados en estas oscilaciones refuerza la ilusión de “yo” y “mío”. Pero si aprendemos a reconocerlos como parte del clima cambiante de la vida, podemos relacionarnos con ellos de otra forma.
Como en las estaciones, cada viento cambiará tarde o temprano. No podemos impedir que soplen, pero sí aprender a ajustar nuestras “velas” para no ser arrastrados. Esto requiere práctica: cultivar una mente que sepa reconocer el viento que sopla sin dejarse dominar por él.
Cada viento difícil revela algo no resuelto en nuestro interior. El dolor, la pérdida o la crítica pueden convertirse en maestros valiosos si estamos dispuestos a mirarlos de frente. Incluso las experiencias más incómodas contienen energía que puede impulsarnos hacia una comprensión más profunda de la impermanencia y de la naturaleza vacía del “yo” separado.
La monja Santacittā propone una imagen inspiradora: la bandera de oración tibetana. Su tela ondea en cualquier dirección que sople el viento, pero está firme gracias al mástil que la sostiene. Así también nuestra práctica necesita una base estable —la consciencia— y, al mismo tiempo, flexibilidad para movernos con lo que la vida trae.
El desafío no es eliminar los vientos, sino aprender a usarlos como impulso para el despertar. Que nuestras aspiraciones más profundas estén “escritas” en la bandera de nuestra vida, de modo que, sin importar la dirección del viento, siempre enviemos al mundo sabiduría y compasión.
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