TODO ARDE: EL FUEGO DEL DESEO, EL ODIO Y LA CONFUSIÓN

A pocos meses de su Iluminación, el Buddha viajó hacia Gayā y allí se dirigió a un grupo de ascetas errantes (paribbājakas). Lo que les ofreció no fue una doctrina elaborada, sino una visión directa, cruda y penetrante: todo arde. Esta enseñanza, conocida como el Ādittapariyāya Sutta (SN 35.28), se convirtió en una de las más poderosas y simbólicas del Canon Pāli.

Aquí presentamos el texto completo en una traducción fiel, junto con un comentario accesible para la práctica contemplativa.

El discurso sobre la enseñanza del fuego

(Ādittapariyāya Sutta, SN 35.28)

Así he oído.
Una vez el Bienaventurado estaba residiendo en Gayā, en el monte Gayāsīsa, junto con mil monjes que anteriormente eran ascetas errantes (paribbājakas).

Allí el Bienaventurado se dirigió a los monjes:

“Monjes, todo arde.

¿Y qué es lo que arde?

El ojo arde, las formas arden, la conciencia visual arde, el contacto visual arde,
y cualquier sensación que surge con el contacto visual —sea placentera, dolorosa o neutra— también arde.

Arde con el fuego del deseo, el fuego del odio, el fuego de la confusión.
Arde con el nacimiento, la vejez y la muerte; con la pena, el lamento, el dolor, la aflicción y la desesperación, digo.

El oído arde, los sonidos arden…
El olfato arde, los olores arden…
El gusto arde, los sabores arden…
El cuerpo arde, las sensaciones táctiles arden…

La mente arde, los fenómenos mentales arden,
la conciencia mental arde, el contacto mental arde,
y cualquier sensación que surge con el contacto mental —sea placentera, dolorosa o neutra— también arde.

Arde con el fuego del deseo, del odio y de la confusión.
Arde con el nacimiento, la vejez y la muerte; con la pena, el lamento, el dolor, la aflicción y la desesperación, digo.

Al ver esto, monjes, el discípulo noble instruido se desencanta con el ojo, se desencanta con las formas,
se desencanta con la conciencia visual, con el contacto visual, y con toda sensación que surge con el contacto visual…

Así también se desencanta con la mente, con los fenómenos mentales, con la conciencia mental,
con el contacto mental y con toda sensación que de allí surge.

Al desencantarse, surge el desapasionamiento.
Por medio del desapasionamiento, la mente se libera.
Y al liberarse, surge el conocimiento:
‘Liberada está’.

Él comprende:
‘El nacimiento ha terminado.
La vida santa ha sido vivida.
Lo que debía hacerse ha sido hecho.
No hay más volver a este estado de existencia’.”

¿Qué significa que todo arda?

Esta enseñanza del Buddha no apunta a generar miedo ni rechazo hacia la vida sensorial. Lo que arde no es el ojo en sí, ni el sonido, ni el pensamiento: lo que arde es la experiencia condicionada por las raíces del deseo, el odio y la confusión.

Cada contacto sensorial (vista, oído, olfato, gusto, tacto, mente) es una oportunidad para que se encienda la reactividad. Es decir, para que surja una respuesta basada en el querer-aferrar (taṇhā), el rechazo (paṭigha), o la confusión (moha). Cuando eso ocurre, la experiencia se vuelve combustible.

El fuego, en este contexto, simboliza el sufrimiento que se perpetúa a través de la ignorancia.

La respuesta del discípulo noble: desencanto y liberación

Ante esta visión, el discípulo noble instruido (sutavā ariyasāvaka) no escapa ni reprime, sino que ve con claridad, y al ver, se desencanta. Ese desencanto (nibbidā) no es rechazo, sino comprensión: el ojo no ofrece refugio, los objetos del mundo no ofrecen liberación.

Y desde ese desencanto surge la pasión extinguiéndose (virāga), que conduce a la liberación de la mente (vimutti), y finalmente al conocimiento certero de que la tarea ha sido completada.

Aplicación práctica: observar los fuegos

En la vida diaria, ¿podés notar cuándo “arde” tu experiencia?

  • Cuando deseás algo con ansiedad, ¿cómo se siente el cuerpo?
  • Cuando te enojás, ¿qué parte de vos se enciende?
  • Cuando te distraés, ¿qué alimenta ese fuego?

Observar estos fuegos es el primer paso para dejar de avivarlos.

Conclusión

El Ādittapariyāya Sutta no es un discurso pesimista, sino profundamente liberador. Nos muestra el sufrimiento en su raíz —no en lo externo, sino en la relación condicionada con la experiencia. Y al mismo tiempo señala con claridad el camino hacia la liberación: ver, desencantarse, desapasionarse y despertar.

Este es el verdadero fin del fuego.


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